jueves, 30 de agosto de 2007

Sufridora en casa

He de reconocer que, aunque de un modo muy peculiar, mi dueña se preocupa mucho por mí. Tengo una jaula bastante grande; ella dice que proporcionalmente es más grande que su propia casa, la Max tiene un triplex, se jacta la muy pretenciosa cuando vienen visitas (los famosos “titos”: ven a saludar a tito fulano o a tita mengana, ni que yo fuera tonta). Pero la verdad es que su ratonera tampoco debe de ser pequeña, al menos las habitaciones que yo he visto. Porque es que la tía me cambia la jaula de sitio cada dos por tres, para que cambie de aires mi ratonín, me dice, aggghh, qué cursi. Ya os podéis imaginar que estas mudanzas suceden sin previo aviso y en momentos en los que estoy dormida como un cesto, y de repente noto que me levantan por los aires, me sacuden y me largan algo del tipo: Qué, Maxecita, ¿vamos a la cocina? Yo diría que no, pero ¿serviría de algo? Ya me he acostumbrado, pero las primeras veces me llevaba unos sustos tremendos.


Hace poco hemos cambiado de casa. Antes vivíamos en un piso con otras dos chifladas, las “titas” Marta y Vane, que también me daban bastante por saco: que si la Max está engordando, que si está todo el día durmiendo, que si dejé la puerta abierta y se escapó... ¿Acaso les digo yo a ellas algo sobre cuánto comen o duermen? Y, claro, ¿qué pretenden que haga si me dejan abierta un resquicio a la libertad? Pero bueno, esta historia os la contaré en otra ocasión.

La mudanza a la nueva casa tampoco ha sido un camino de rosas, sobre todo porque esta tía es caprichosa y se ha empeñado en hacer obras: venga ruidos, gentes raras (“titos”) y mucha porquería. Y yo, de un lado para otro: que si la cocina, que si el salón, que si la habitación pequeña (la habitación del hamster, la llama, pues si es mi habitación déjame allí tranquila, ¿no?), no aselo, ¡no aselo!

En fin, os espero en el próximo post. Voy a ver si termino de abrir una avellana que me ha dado esta petarda.

martes, 28 de agosto de 2007

Todos los hamsters se llaman Max

Esta es la excusa que utilizó mi dueña para bautizarme, Maximina, dijo la muy sinvergüenza, y así la llamaremos Max, porque, como es bien sabido, todos los hamsters se llaman Max. Total, a mí me da lo mismo, no la hago ni caso cuando me llama, Maxecita, MAXECITA, asco de bicho, todo el día durmiendo, se queja la impertinente cuando llega del trabajo. Y yo, claro, durmiendo, ¿qué va a hacer si no un roedor que se precie a las tres de la tarde? La ignoro todo lo que puedo, pero hay días que no me queda más remedio que levantarme y hacer alguna hamsterada para que deje de darme la trisca. Ven a saludar a mami, me dice, ¡lo que tengo que aguantar!, vaya pedrada que lleva. Eso sí, tengo que reconocer que me tiene bien cuidada, mi casa es muy grande y el papeo variado y abundante.

Lo peor de mi nombre es que al principio, cuando llegué a su casa, me llamaba MAXIMINO, la tía perra, creyendo que era un chico, vaya guasa cuando descubrió que era una niña... pero esta historia os la contaré otro día. Ahora os dejo, que tengo que acaldar mi nido para esta noche...